viernes, 30 de octubre de 2015

sal del himalaya, tres sobres, y aceite de coco, un frasco. llevaba una chica detrás de mí en la dietética. con la sal del himalaya se da baños de inmersión tres veces por semana; también la usa para suavizar sus pies cuando vuelve muy cansada a su casa. con el aceite de coco hace de todo: cocina, se lo pone en el cuerpo, en los dientes, en los labios. se la veía tan rozagante. nunca compré sal del himalaya ni aceite de coco. una vez, leche de coco, tan rica y tan cara. de sal del himalaya es la lámpara que ilumina mi habitación.

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no me gustaba el café hasta hace algunas semanas. durante el ensayo en Parque Chacabuco, Rosario preparó café para todos. me pidió que la ayudara a sacar una lata que estaba en el segundo estante de un aparador. la lata era pesada y montevideana. adentro tenía granos de café que Rosario molió con musicalidad. la última vez que había tomado un café (con leche) tenía 4 años y estábamos por volar a Ushuaia. nos esperaban varias horas de vuelo, con un cambio de avión. lo tomé porque hacía frío y tenía miedo, de volar, de dejar mi casa, mis juguetes, a mis abuelos. mis recuerdos son ráfagas: vomitamos en el avión con mis hermanos, viajamos en el suelo de una avioneta militar desde Río Gallegos hasta la isla, bajamos y el viento patagónico nos cacheteó con intensidad, con intención. ese mismo día empecé a tomar únicamente té, durante 32 años.

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ayudar a sacar de ellos lo que hay adentro. verlos florecer. con mis alumnos de Olivos hoy leímos: "La gallina degollada" de Quiroga. "A Horacio Quiroga", de Alfonsina Storni, "Casa tomada" y "Axolot" de Cortázar. Es mentira que los adolescente no leen.


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